jueves, 13 de noviembre de 2008

De vez en cuando se producen hechos poco transcendentes, pero muy significativos, que no son sino indicadores de los cambios en el pensamiento de la sociedad.

En tiempos ya muy lejanos, los curas tapaban las pantallas de los cines cuando el protagonista besaba a la chica. El sexo no exitía. Los matrimonios no lo necesitaban. Eran parejas perféctamente asexuadas que vivían, sufrían, gozaban y se miraban con arrobo. Con arrobo, pero sin sexo. La censura llegó a convertir una infidelidad en un incesto (Mogambo). La ridiculez con la que vemos a los censores desde nuestro pensamiento actual, no debe empañar lo ponzoñoso de su actuación. Revistas, periódicos, productores, sufrían economicamente los caprichos de los guardianes de la moral imperante.

Las croquetas de “mi Puri”, no deja de ser sino una versión actualizada del regreso de los censores. Ahora ya ni siquiera se ocultan tras un anónimo funcionariado. No. Se denuncia en el Parlamento por una diputada del PP, y es inmediatamente secundado por el PSOE y resto de grupos. Tal para cual.

Los matrimonios actuales –lo siento, la gente sigue casándose- ya pueden tener sexo. Hasta la COPE tiene un consultorio sexual, pero ya no cocinan. Las mujeres hoy pueden ser ejecutivas, banqueras, sexadoras de pollos y hasta putas, pero no cocinan. La nueva moral permite las fellatios, el sexo anal, los tríos, el lesbianismo, el fetichismo, la homoxesualidad masculina, y cualesquiera relaciones entre adultos sin sonrojo. Pero no que una mujer cocine, y además lo haga para su marido. Este es el quid de la cuestión.

Lo verdaderamente inmoral en nuestros días, es que la Puri haga unas croquetas que te mueres. Eso es inmoral. Es una agresión intolerable. Un ultraje al sentido feminista de la sociedad, que debe ser erradicado, censurado, borrado de un plumazo, eliminado de cualquier medio de comunicación ya sea eléctrico, electrónico, prensa escrita, radio o televisión. La moral imperante así lo exige.

No se si resulta más aterrador que la propia censura, la falta de críticas del resto del arco parlamentario. Si el PSOE no recrimina al PP por la chorrada de solicitar la eliminación del anuncio, es porque piensa hacer lo propio cuando le convenga. Y lo mismo le pasa al resto de políticos casposos que padecemos.

Dentro de unos años, alguien verá a esta clase política vetusta, anclada en el 68, que compiten por ser los más progres, y feministas, mientras censuran anuncios de croquetas. Y sonreirán. Pero no debería empañar lo ponzoñoso de su acción. Lo sufrimos todos.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Master in Business Administration.

Esta mujer canta els segadors como nadie.


Desde hace 10 ó 15 años, las empresas de vitola internacional, las televisiones, bancos, entidades de aseguradoras, y todas aquellas antigüas empresas familiares que ahora quieren estar en las fiestas de los canapés y galletitas saladas, se han llenado de MBAs.

Los MBAs siempre llaman a las cosas por su acrónimo en inglés, y saben mucho de todo. Están enteradísimos de lo que ocurre. Botín es Emilio, y AnaPé su hija. No tienen currículum, sino background, y mueven sus contactos para conseguir sus objetivos, en beneficio de los shareholders.

Lo cierto es que tienden a extenderse como las manchas de aceite, ocupando todos los cargos de los altos niveles de decisión con la máxima eficacia a la hora de obtener gratificaciones y emonumentos acordes a su elevada valía. Cuando una empresa comienza a fichar MBAs, ya no podrá detenerse hasta su venta final a la competencia. O hasta la quiebra.

Con unos sueldos y premios tan cuantiosos, no es de extrañar que su principal objetivo no sea otro que la supervivencia en tierra conquistada. Para ello tienen muy clara una cosa: quién tiene capacidad para echarlos y quién no. El resto les importa un pimiento. A partir de ese momento, se convertirán en fiel conseguidor de su jefe, al que nunca dirán que no a nada, mientras apantallan su contacto con el resto de la organización. Los resultados de la empresa, realmente no son tan importantes, como que el jefe esté conforme, contento, y confíe totalmente en el MBA.

Además, las decisiones realmente importantes no las tomará nunca el MBA, que sólo las ejecuta. Las decisiones importantes, las toma el jefe, el dueño, el fundador. El MBA no presentará nunca nada nuevo que no haya sido pedido previamente por su jefe. Nada tiene valor fuera de lo que pide el jefe. Nada resulta de interés.

El resultado es que empresas que habían llegado muy lejos, gracias al sentido común de sus fundadores y gestores, dejan de estar conectados con el mundo, y comienzan a navegar entre indicadores: Awarness, GRPs, Budgets, Rolling Forecast, Advertising, Positioning, Best Practices. Encuestas de Opinión… Cuando recursos humanos se transforma en Human Resources, ya nada será igual.

Nuestros MBAs aplican –todos, sin dudar- la regla numero 1 del éxito: Copy&Improve. Es decir, copiar otros productos exitosos, (y mejorarlos, aunque esto no es esencialmente necesario). El resultado es que las franjas horarias de nuestras televisiones se llenan del mismo programa a la misma hora, series similares con protagonistas diferentes, productos iguales a los de la competencia (me-too), partidos conservadores difíciles de distinguir de los progresistas, etc.

Claro, de vez en cuando alguien copia un producto que no era exitoso: Se dan préstamos a gente sin garantías - ya que: los indicadores lo permiten, la ley no se opone, las acciones subirán... y lo hace nuestro principal competidor, y !está creciendo¡. Las cifras crecen, los indicadores muestran que se alcanzan los objetivos (este año). Y el año que viene…

Al final, nada se sostiene. Como siempre, lo que no tiene una base sólida, y acorde con el sentido común, no sobrevive. Pero eso sí, los MBAs estarán en otra empresa, con su amigo Mariano, que este año está de consejero, y le necesita.

Más información:

IESE

ESADE

Partido Popular

viernes, 27 de junio de 2008

Manifiesto por la lengua común

Unase usted al manifiesto desde el blog del manifiesto, desde El Mundo, o desde Libertad Digital.

Desde hace algunos años hay crecientes razones para preocuparse en nuestro país por la situación institucional de la lengua castellana, la única lengua juntamente oficial y común de todos los ciudadanos españoles. Desde luego, no se trata de una desazón meramente cultural –nuestro idioma goza de una pujanza envidiable y creciente en el mundo entero, sólo superada por el chino y el inglés- sino de una inquietud estrictamente política: se refiere a su papel como lengua principal de comunicación democrática en este país, así como de los derechos educativos y cívicos de quienes la tienen como lengua materna o la eligen con todo derecho como vehículo preferente de expresión, comprensión y comunicación.

Como punto de partida, establezcamos una serie de premisas:

1) Todas las lenguas oficiales en el Estado son igualmente españolas y merecedoras de protección institucional como patrimonio compartido, pero sólo una de ellas es común a todos, oficial en todo el territorio nacional y por tanto sólo una de ellas –el castellano- goza del deber constitucional de ser conocida y de la presunción consecuente de que todos la conocen. Es decir, hay una asimetría entre las lenguas españolas oficiales, lo cual no implica injusticia de ningún tipo porque en España hay diversas realidades culturales pero sólo una de ellas es universalmente oficial en nuestro Estado democrático. Y contar con una lengua política común es una enorme riqueza para la democracia, aún más si se trata de una lengua de tanto arraigo histórico en todo el país y de tanta vigencia en el mundo entero como el castellano.

2) Son los ciudadanos quienes tienen derechos lingüisticos, no los territorios ni mucho menos las lenguas mismas. O sea: los ciudadanos que hablan cualquiera de las lenguas co-oficiales tienen derecho a recibir educación y ser atendidos por la administración en ella, pero las lenguas no tienen el derecho de conseguir coactivamente hablantes ni a imponerse como prioritarias en educación, información, rotulación, instituciones, etc… en detrimento del castellano (y mucho menos se puede llamar a semejante atropello “normalización lingüística”).

3) En las comunidades bilingües es un deseo encomiable aspirar a que todos los ciudadanos lleguen a conocer bien la lengua co-oficial, junto a la obligación de conocer la común del país (que también es la común dentro de esa comunidad, no lo olvidemos). Pero tal aspiración puede ser solamente estimulada, no impuesta. Es lógico suponer que siempre habrá muchos ciudadanos que prefieran desarrollar su vida cotidiana y profesional en castellano, conociendo sólo de la lengua autonómica lo suficiente para convivir cortésmente con los demás y disfrutar en lo posible de las manifestaciones culturales en ella. Que ciertas autoridades autonómicas anhelen como ideal lograr un máximo techo competencial bilingüe no justifica decretar la lengua autonómica como vehículo exclusivo ni primordial de educación o de relaciones con la administración pública. Conviene recordar que este tipo de imposiciones abusivas daña especialmente las posibilidades laborales o sociales de los más desfavorecidos, recortando sus alternativas y su movilidad.

4) Ciertamente, el artículo tercero, apartado 3, de la Constitución establece que “las distintas modalidades lingüísticas de España son un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección”. Nada cabe objetar a esta disposición tan generosa como justa, proclamada para acabar con las prohibiciones y restricciones que padecían esas lenguas. Cumplido sobradamente hoy tal objetivo, sería un fraude constitucional y una auténtica felonía utilizar tal artículo para justificar la discriminación, marginación o minusvaloración de los ciudadanos monolingües en castellano en alguna de las formas antes indicadas.

Por consiguiente los abajo firmantes solicitamos del Parlamento español una normativa legal del rango adecuado (que en su caso puede exigir una modificación constitucional y de algunos estatutos autonómicos) para fijar inequívocamente los siguientes puntos:

1) La lengua castellana es común y oficial a todo el territorio nacional, siendo la única cuya comprensión puede serle supuesta a cualquier efecto a todos los ciudadanos españoles.

2) Todos los ciudadanos que lo deseen tienen derecho a ser educados en lengua castellana, sea cual fuere su lengua materna. Las lenguas cooficiales autonómicas deben figurar en los planes de estudio de sus respectivas comunidades en diversos grados de oferta, pero nunca como lengua vehicular exclusiva. En cualquier caso, siempre debe quedar garantizado a todos los alumnos el conocimiento final de la lengua común.

3) En las autonomías bilingües, cualquier ciudadano español tiene derecho a ser atendido institucionalmente en las dos lenguas oficiales. Lo cual implica que en los centros oficiales habrá siempre personal capacitado para ello, no que todo funcionario deba tener tal capacitación. En locales y negocios públicos no oficiales, la relación con la clientela en una o ambas lenguas será discrecional.

4) La rotulación de los edificios oficiales y de las vías públicas, las comunicaciones administrativas, la información a la ciudadanía, etc…en dichas comunidades (o en sus zonas calificadas de bilingües) es recomendable que sean bilingües pero en todo caso nunca podrán expresarse únicamente en la lengua autonómica.

5) Los representantes políticos, tanto de la administración central como de las autonómicas, utilizarán habitualmente en sus funciones institucionales de alcance estatal la lengua castellana lo mismo dentro de España que en el extranjero, salvo en determinadas ocasiones características. En los parlamentos autonómicos bilingües podrán emplear indistintamente, como es natural, cualquiera de las dos lenguas oficiales.

sábado, 21 de junio de 2008

Intervención de José María Aznar en el XVI Congreso Nacional del Partido Popular

De GEES



Es para mí un gran honor poder hablar hoy con vosotros de las cosas que nos importan: de nuestro partido, de nuestro futuro y de España.

Yo soy uno de los más de diez millones de españoles que el pasado 9 de marzo dio su confianza, otorgó su voto al Partido Popular. Y me sentí muy orgulloso y muy agradecido de contar con la compañía de más de diez millones de españoles.

Soy uno de los 750.000 militantes de este gran partido. Y soy, creo haberlo demostrado claramente, un disciplinado militante que no aspira a nada, que no pide nada, que no juega a nada.

Un militante que en las últimas elecciones generales hizo todo lo que se le pidió.

Lo único que yo pedí fue ir a Lizarza a respaldar a Regina Otaola, en un acto que resume mis preocupaciones.

Queridos amigos

En todas las organizaciones los símbolos son muy importantes, pero en organizaciones jóvenes como la nuestra lo son más todavía.

Somos un partido muy joven, pero de sólidas referencias morales que no debemos perder nunca. Sin ellas, no habríamos llegado hasta aquí y no seríamos lo que somos. Perderlas nos impediría alcanzar nuestros objetivos y, sobre todo, explicarnos a nosotros mismos.

Muchos han sido los compañeros que han dado su vida por nuestras ideas. Siempre estarán en nuestra memoria. Miguel Ángel Blanco, Gregorio Ordóñez, tantos otros. He visto, he compartido, he sido testigo de su sufrimiento, de su lucha y de su sacrificio.

Dieron su vida por la causa de la libertad de todos los españoles.

Su ejemplo siempre ha sido nuestra referencia moral.

Me siento orgulloso de pertenecer al partido en el que otros han recogido su testigo. Personas a las que admiramos. Todos los que hoy, en las instituciones del País Vasco y de Navarra, en su compromiso político diario, siguen en el punto de mira de los terroristas. Todos los que hacen frente a diario a sus amenazas. Todos ellos constituyen el ejemplo en el que debemos seguir mirándonos.

Queridos amigos,

Al hacer explícito mi reconocimiento y afecto a todos ellos, permitidme recordar aquí a dos compañeros excepcionales. A María San Gil y a José Antonio Ortega Lara.

Si no lo hiciera traicionaría toda mi vida política y no sería fiel a mí mismo. Además, no sería leal con mi profunda convicción de que sin personas como ellos el Partido Popular ni habría sobrevivido ni sería lo que es.

Yo personalmente tengo una deuda de afecto con ellos, pero todos tenemos una deuda impagable de agradecimiento en este partido del que deben seguir formando parte.

Queridos compañeros,

He presidido este partido durante quince años. Emprendí la mayor renovación de nuestro partido. Tuve el honor de gobernar España durante los ocho años a los que me comprometí. Y hoy –más que nunca- mantengo mi convicción en un partido abierto, en un partido moderado, en el gran partido que hoy es el Partido Popular.

Somos un partido que sólo tiene por enemigos a los enemigos de la democracia.

Somos un partido que reivindica el juego limpio en democracia y que jamás excluirá a sus adversarios políticos con ningún cordón sanitario.

Somos un partido abierto a la gente, en el que siempre hemos trabajado para sumar cada día más voluntades a nuestro proyecto.

Un partido en el que no sobra nadie, unido por nuestra idea de libertad y nuestra idea de España.

Un partido en el que siempre hemos estado orgullosos de ser lo que somos. Orgullosos de defender nuestros principios y nuestros valores, y orgullosos de haber liderado una etapa de progreso y bienestar en los ocho años en los que los españoles nos dieron su confianza.

Un partido que cree y que defiende la libertad y la responsabilidad.

Que cree y que defiende la convivencia basada en el respeto a la ley.

Que cree y que defiende la política como expresión de ideas, y no como un ejercicio cotidiano de oportunismo y ocultación.

Que cree y que defiende la democracia como garantía de los derechos y libertades individuales.

Que trabaja para fortalecer las instituciones democráticas, frente al abuso, la arbitrariedad y la corrupción.

Un partido comprometido con el gran legado histórico que fue la Transición, y que defiende lealmente cada día la Constitución de todos.

Un partido, en suma, que levanta muy alta la bandera de la libertad y la bandera de España, nuestra Nación.

Queridos amigos,

Este partido ha sido y es obra de mucha gente. Es obra de muchos y se debe aún a muchos más: a los más de 10 millones de españoles que nos han dado su voto, y a muchos más.

A todos los que creen en España y creen en la libertad, a los que tenemos la obligación de ilusionar para que confíen en nuestro proyecto.

Debemos trabajar para todos, para los que nos han votado y para los que no. No ganaremos si pensamos que podemos ignorar a los que ya nos votan. Porque los votos nadie los tiene en propiedad. Nosotros tampoco.

Sabéis que siempre he creído que un partido, un gran partido como el nuestro que está al servicio de España, no puede ser nunca el proyecto personal de nadie.

Tanto lo he creído que, justamente por eso, renuncié voluntariamente a la presidencia de nuestro partido cuando cumplí mi palabra de no estar más de ocho años en la Presidencia del Gobierno.

Somos, lo hemos sido desde hace mucho tiempo y debemos seguir siéndolo, un gran partido nacional que forma parte de la gran corriente de centro reformista europea.

Nunca he comprendido y sigo sin comprender esa idea del centro como el final imposible de un viaje interminable.

Nadie nos tiene que enseñar el camino del centro. No vamos al centro, estamos en el centro desde hace muchos años. Como mínimo, desde 1989, cuando refundamos nuestro partido como un partido grande y abierto que buscó y obtuvo el respaldo mayoritario de los españoles, y que gobernó España durante ocho años.

Queridos amigos,

En 1996 llegamos al Gobierno porque ofrecimos un proyecto solvente que merecía confianza. También entonces a algunos les parecíamos tan antipáticos como incapaces de gobernar. Primero ganamos las elecciones y, después, gobernamos con diálogo y acuerdos.

Por ese orden, que no se nos olvide.

Dialogamos y llegamos a acuerdos, en la primera y en la segunda legislatura de nuestro Gobierno. Con mayoría relativa, y aún más acuerdos y de mayor alcance cuando alcanzamos la mayoría absoluta. Llegamos a acuerdos sensatos, públicos y transparentes porque eran buenos para España.

Acuerdos que sirvieron para la estabilidad y la modernización de España.

Acuerdos para establecer un modelo de financiación aprobado por todas las Comunidades Autónomas que, a día de hoy, sigue vigente.

Acuerdos para completar las transferencias a las autonomías, para renovar el Concierto Económico del País Vasco y el Convenio navarro.

Acuerdos sensatos, públicos y transparentes para dinamizar nuestra economía.

Acuerdos de Estado para garantizar el futuro de las pensiones.

Acuerdos de Estado por las Libertades y contra el Terrorismo.

Acuerdos para fortalecer el Estado de Derecho expulsando a los terroristas de las instituciones.

Iniciativas de consenso que permiten que hoy los terroristas, y otros asesinos, cumplan íntegramente las condenas impuestas por sus crímenes odiosos.

Llegamos a acuerdos para hacer más fuerte a España, no para debilitarla como hace el socialismo simpático.

Queridos compañeros,

Me han criticado por mis silencios y por mis palabras. Y quiero que sepáis que tanto mis silencios como mis palabras están guiados por el sentido de la responsabilidad y de la lealtad a mi partido y a España.

En estos momentos, cuando nuestro partido se reorganiza, quiero compartir con vosotros cuatro reflexiones:

  1. La primera es el reconocimiento al equipo que ha dirigido nuestro partido desde 2004. Han defendido con gran coraje durante estos años nuestro proyecto político, la integridad de nuestros principios y valores, y la unidad de nuestro partido.
  2. La segunda es mi respaldo responsable a quien va a continuar en los próximos años con esa tarea de dirigir nuestro partido. Mariano Rajoy, si le dais vuestra confianza, tiene ante sí una gran responsabilidad. Requiere, en idéntica medida, la ayuda de todos y que todos sean convocados a ese objetivo. Un objetivo que ha de contar con todos y con los mejores.
  3. Mi tercera reflexión es el sentido de la renovación que el partido emprende estos días.

El nuestro ha sido siempre un ejemplo de renovación integradora frente a las etiquetas y los personalismos. Ésa ha sido la seña de identidad de nuestro partido, y así nos ha visto siempre la sociedad española.

Hasta ahora, después de cada elección, tanto cuando ganábamos como cuando perdíamos, se acercaban más y más ciudadanos para interesarse por nuestro proyecto, para sumarse a nuestro partido. Nuestros adversarios podían decir que estábamos solos, pero nosotros sabíamos que estábamos cada día más y más acompañados.

No nos equivoquemos sobre el sentido de la renovación. Siempre he dicho: cuando vayas avanzando procura que cada vez veas más gente siguiéndote.

Nadie debe quedar por el camino.

Si así fuera tendríamos razones para preocuparnos. Porque el esfuerzo de integración que iniciamos hace ya unos cuantos años ha sido la clave de nuestro éxito.

Sin integración y sin unidad difícilmente tendremos futuro como partido de Gobierno.

¡Sigamos invitando a entrar en el Partido Popular! ¡No alejemos a nadie que honradamente quiera arrimar el hombro!

  1. La cuarta reflexión que quiero compartir con vosotros es mi compromiso inequívoco con un proyecto político con objetivos comunes y ambición nacional.

Un proyecto comprometido con la unidad de la Nación española y con la igualdad de derechos de los ciudadanos.

Un proyecto cohesionado de Nación que tiene como motores de progreso la libertad amparada por la ley y la solidaridad entre los españoles.

Un proyecto que cree en la responsabilidad y en la ampliación de las oportunidades para que todos puedan desarrollar sus capacidades.

Queridos amigos,

Ésta es la verdadera apuesta ganadora, éstas son las convicciones que permiten dirigirnos honradamente a la sociedad española y pedir su confianza.

Nosotros no nos hemos movido nunca en la periferia de la Constitución. Nosotros reivindicamos el pacto de la Transición que le dio origen bajo la Monarquía parlamentaria.

Nunca hemos visto en la Nación un concepto provisional, discutible o caduco. Queremos que el modelo de Estado funcione y funcione mejor, pero queremos el modelo autonómico que la Constitución establece. No queremos una confederación disimulada en la que el Estado sea incapaz de cumplir con sus responsabilidades hacia los ciudadanos.

En los últimos años, España ha alcanzado las más altas cotas de descentralización y reconocimiento de su pluralidad.

Tenemos un grave problema cuando la cuestión no es el derecho a estudiar en euskera, o en catalán, sino que se niegue el derecho a estudiar en castellano.

Nosotros defendemos un gran proyecto nacional con grandes objetivos comunes. Los españoles no tienen por qué elegir entre cohesión y pluralidad. Entre solidaridad y prosperidad. Entre paz y justicia. Entre la lengua común y las demás lenguas de España.

Son falsos dilemas. Nunca debemos aceptar representar un proyecto político secuestrado por intereses parciales o rehén de querellas territoriales.

Queridos amigos,

No hay nada más antiguo y más rancio que poner los territorios por delante de las personas.

Nada más retrógrado y más injusto que dividir a los españoles entre ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda.

Nada más reñido con la modernidad que convertir la diferencia en desigualdad, y hacer de la singularidad un privilegio.

Nuestra idea de España no consiste en recrear, bajo otra apariencia, lo que superamos hace dos siglos al constituirnos como una nación de ciudadanos libres e iguales.

Nosotros, como partido, queremos construir una alternativa sólida con objetivos nacionales claros y compartidos, frente a una España invertebrada y un Estado inviable.

Hemos culminado el modelo autonómico previsto en la Constitución. Más allá, no se desarrolla lo particular. Se niega lo común a todos los españoles. Y negar lo común es hoy el principal problema político de España.

Lo es y la mayor irresponsabilidad es del Gobierno actual.

Afrontarlo es, por tanto, la mayor responsabilidad que tiene ante sí un partido que quiere ser alternativa de gobierno en España.

Desde hace demasiado tiempo algunos dedican sus energías y su imaginación a ver cómo pueden eludir la Constitución sin que se note mucho. Nosotros queremos que la Constitución, abierta a mejoras, pero la Constitución al fin y al cabo, siga siendo el marco de nuestra convivencia en la democracia a la que accedimos hace treinta años.

Queridos amigos,

Hay quien desea que un partido como el nuestro, que está comprometido con este proyecto, entre en una senda de división y debilidad.

Lo han intentado en los últimos cuatro años con una vergonzosa política antidemocrática de exclusión, con la descalificación sistemática del papel de oposición, buscando el silencio y la adhesión domesticada como única forma admisible de estar en política.

¡Es la estrategia de “o te adhieres, o te callas, o te echamos del campo”!

La sociedad española ha demostrado ser lo suficientemente madura, y el Partido Popular lo suficientemente fuerte, como para frustrar la estrategia de la exclusión, del cordón sanitario, de pactos de “todos contra el PP”.

Por cierto, esta estrategia de exclusión no es nueva. Ya la vivimos con otras denominaciones en 1993 y 1996. Pero ya sabemos también que esas estrategias fracasan cuando se encuentran enfrente con una alternativa solvente que no se contenta con formar parte del paisaje.

Ahora su única esperanza es que seamos nosotros los que quebremos lo que ellos no han sido capaces de romper, ¡y bien que lo han intentado!

Por eso es tan importante que de este congreso salgamos con la determinación de que la sociedad española siga reconociendo en el Partido Popular a un partido de gobierno capaz de defender de manera coherente y firme su proyecto. Un partido decidido a articular una nueva mayoría de Gobierno.

Queridos amigos,

La España de hoy es distinta a la de 1996, y a la de 2000, y a la de 2004. ¡Claro que sí! Los españoles necesitan nuevas respuestas a una nueva realidad. Soluciones al paro, a la crisis económica. Soluciones para la integración de los inmigrantes. Soluciones para garantizar una educación de calidad. Soluciones que el socialismo está demostrando que es incapaz de ofrecer.

Nosotros hemos contribuido a la transformación de España en positivo. Somos el partido de la modernización y el progreso real. Somos el partido del empleo y de la prosperidad. Situamos a España, de verdad, en el corazón de Europa.

Tenemos las mejores ideas. Las que funcionan.

Renovemos nuestro partido para mejorar nuestro proyecto. Para enriquecerlo con nuevas aportaciones. Para incorporar nuevas perspectivas. Con inteligencia.

¿Qué sentido tendría renunciar a un proyecto de éxito y solvente como el nuestro?

Nuestro objetivo no es heredar a la izquierda, sino ganarle en las urnas y sustituirla democráticamente.

Para ganar, habrá que sumar nuestros aciertos a los errores del contrario. Y a su demagogia, deberemos enfrentar nuestro liderazgo.

Queridos amigos,

Hay una izquierda arrogante, que algunas cosas tiene que callar, que insiste -a estas alturas- en negarnos la legitimidad que nos han dado las urnas y nuestra impecable trayectoria al servicio de la democracia.

Además, han querido que nos avergonzáramos. ¿De qué?

Han querido que nos avergonzáramos de promover soluciones solidarias, justas y vertebradoras para problemas tan antiguos y tan importantes como la escasez de agua en España.

Supongo que nadie sensato creerá, como hace el Gobierno, que la única política hidrológica posible en España consiste en mirar al cielo a ver si llueve.

Han buscado que nos avergonzáramos de promover una inmigración legal y ordenada, que integrara a los inmigrantes.

Han intentado que nos avergonzáramos de creer en los valores del mérito, del esfuerzo, del aprendizaje y del respeto al profesor.

Han pretendido que nos avergonzáramos de defender, sin cansarnos, los intereses de España en Europa.

Han querido que nos avergonzáramos de haber logrado que España fuera respetada e influyente en el mundo.

Han buscado que nos avergonzáramos de que el terrorismo y sus cómplices recibieran la respuesta firme y legal que merecían.

Han intentado que nos avergonzáramos de nuestro respaldo incondicional a las víctimas del terrorismo en su reivindicación de Memoria, Dignidad y Justicia.

Han pretendido, en fin, que nos avergonzáramos de ocho años de Gobierno que acabó con la corrupción, llevó a España a la primera división de Europa y restableció el prestigio del Estado de derecho.

No tenemos que avergonzarnos de nada. Al contrario. Si nos hubiéramos avergonzado, hoy estaríamos echando el cierre al Partido Popular.

Queridos amigos,

¿Estábamos equivocados cuando nos opusimos a la negociación política del gobierno con los terroristas?

¿Éramos unos radicales cuando denunciamos que, de la mano de esa negociación, los terroristas –sin dejar de serlo- estaban volviendo a las instituciones?

¿Éramos unos antipatriotas cuando pedíamos al Gobierno que dejara el electoralismo y que actuara ante una crisis económica que los socialistas “garantizaban” que nunca llegaría a España?

¿Éramos unos alarmistas cuando advertimos de las negativas consecuencias de la política de “papeles para todos” del socialismo, que ya no parece tan simpático?

¿Éramos antieuropeos cuando pedimos que no se renunciase, sin negociar siquiera, a fondos europeos trabajosamente logrados?

¿Alguien nos tachará ahora de centralistas por decir que romper el modelo autonómico es económicamente inviable y nos arrastra a una deriva confederal que nos debilita a todos?

¿Somos autoritarios por denunciar el fracaso del modelo socialista de educación que ha devastado la enseñanza pública?

¿Alguien negará hoy que un Gobierno responsable no debe hacer nunca electoralismo con la posición internacional de España y con la confianza de nuestros aliados?

Queridos amigos,

Pretenden seguir vendiéndonos la misma mercancía averiada de propaganda. Mala compra haríamos si nos dejásemos convencer.

Nosotros tenemos que ser el partido en el que confíe la mayoría de los españoles. No el partido que gustaría a nuestros adversarios.

Tenemos que ser una alternativa creíble frente al socialismo. No una alternativa a nosotros mismos.

Queridos amigos,

A mí me gusta este partido.

Un partido nacional sólido que ha dicho siempre lo mismo en cualquier punto de España y debe seguir haciéndolo.

Un partido que quiere el fortalecimiento del Estado para asegurar mejor la libertad, la igualdad y los derechos de los españoles.

Un partido que trabaja sobre los grandes objetivos nacionales de España y por la revitalización de nuestras instituciones democráticas.

Me gusta ser militante y votar a un partido que denuncia las cosas que van mal, y que propone soluciones.

Que no juega al tacticismo, al cortoplacismo y a la ocultación.

Que no pretende ser infalible, pero que les dice la verdad a los españoles. Y que defiende su proyecto con convicción allí donde le sitúen los españoles, en el Gobierno o en la oposición, que es donde estamos ahora.

Un partido que dé a fondo las batallas, que no eluda las discusiones. Para ganar, hay que bajar al terreno de juego y pelear cada balón.

Queridos compañeros,

Queremos recuperar el objetivo de ser un país seguro de sí mismo, un país que cuente, que asuma responsabilidades con las democracias más avanzadas, que no dimita.

Es la tarea que nos toca. Es el sentido de nuestro compromiso con los españoles. Es lo que significa estar a la altura de las circunstancias.

Yo espero que estemos a la altura. Que no les fallemos ni a nuestros militantes, ni a nuestros votantes, ni al conjunto de los españoles.

Pongamos voz a esa gran mayoría de la sociedad española decente, esforzada, que madruga cada día y saca el país adelante, que no está por rupturas ni por radicalismos.

A ellos nos tenemos que dirigir. También a los que últimamente se sienten confusos y desorientados. Para recuperar su confianza.

Somos el partido de la gente normal. Y ganaremos su apoyo mayoritario si defendemos con convicción y coherencia aquello en lo que creemos: una propuesta moderada y ambiciosa para recuperar el impulso modernizador de España.

Sabemos que para ello tenemos que incorporar a muchos y formar un equipo con los mejores.

Tenemos el mejor proyecto, las mejores ideas y contamos en nuestras filas con quienes mejor pueden llevarlas a cabo.

Tenemos el mejor partido. Y tenemos la obligación de recuperar el mejor futuro para España.

Conocemos la fórmula del éxito. Sus ingredientes son trabajo, honradez, seriedad, responsabilidad, constancia, coherencia, respeto, compromiso y esfuerzo.

Todos estos son nuestros valores. Tenemos que ponerlos al servicio de España y de los españoles.

Sé muy bien que sois capaces de conseguirlo. Lo sé por experiencia. No sólo lo he vivido, sino que durante años lo he presidido y lo he liderado.

Conozco como nadie las capacidades de este partido, y sé de lo mucho y bueno que sois capaces de alcanzar. Sé muy bien que conseguiréis el éxito si os lo proponéis.

Y espero y deseo ilusionadamente que sigáis defendiendo nuestras ideas, mejorando nuestro proyecto, adaptándolo a los nuevos tiempos y ofreciendo soluciones creíbles y positivas para todos los españoles.

En ese empeño, del que nunca me apartaré, podéis contar -y dejadme que presuma de algo- con el militante más disciplinado de este partido.

viernes, 20 de junio de 2008

Discurso de Ángel Acebes en el Congreso del PP en Valencia.

de Libertad Digital

Lo resaltable, en azul

Queridos compañeros; queridos compromisarios; queridas amigas y amigos:

No revelo ningún secreto si digo que los castellanos somos poco dados a la exhibición pública de nuestras emociones. Sin embargo, me permitiréis que hoy haga una pequeña excepción.

Os confieso que subo a esta tribuna con sentimientos encontrados. Por una parte, con las sensaciones propia de todas las despedidas. Hoy cierro una etapa en mi vida. Una etapa muy intensa, muy dura, pero también apasionante.

La Secretaría General es una trinchera y al mismo tiempo una atalaya desde la que se divisa todo el horizonte de la política: todo lo bueno que tiene y también lo menos bueno.

Para mí, ha sido un periodo de enriquecimiento y de afirmación.

Después de estos cuatro años, puedo afirmar, con mayor convicción y autoridad que nunca, que el Partido Popular es sencillamente la mejor organización política de España.

No hay en España, ni en ninguna parte, un partido con la fuerza, la integridad y la grandeza del Partido Popular.

Es por ello que, a la emoción del adiós, se une hoy un sentimiento de satisfacción y responsabilidad. Es un verdadero honor poder dirigirme a vosotros, que constituís el máximo órgano de nuestra organización, en un momento tan importante para el futuro del Partido Popular y, por extensión de nuestra nación, de España.

Mi misión es hoy muy concreta. Me corresponde presentar el informe de gestión del Comité Ejecutivo Nacional saliente y someterlo a vuestra aprobación.

Los hechos a los que me voy a referir se enmarcan, por tanto, en el periodo de tiempo que transcurre entre el decimoquinto Congreso Nacional de octubre de 2004 y el Comité Ejecutivo que tuvo lugar el pasado 11 de marzo, inmediatamente después de las elecciones generales.

Queridos amigos,

En este Congreso vamos a hablar del futuro del Partido Popular. Pero yo ahora os pido que, por un momento, echéis la vista atrás. Que nos situemos en el otoño de 2004.

Pocos equipos políticos en democracia han tenido que hacer frente a una situación más complicada, más adversa, que la que nos encontramos quienes entonces asumimos la responsabilidad de dirigir el Partido Popular: una derrota contra todo pronóstico, un cambio de líder y un Gobierno empeñado en destruirnos como alternativa política.

No me detendré en los insultos y descalificaciones, cordones sanitarios y maniobras de exclusión, ante notario y por escrito, que hemos tenido que soportar desde el Pacto del Tinell.

Diré, tan sólo, que la ofensiva puesta en marcha por la izquierda de Zapatero contra el Partido Popular fue la mayor operación de acoso y derribo contra un partido político jamás vista en democracia.

Intentaron dividirnos: entre duros y blandos; centristas y extremistas; progres y carcas. Intentaron doblegarnos: querían que aparcásemos nuestras convicciones en aras de la comodidad, y que nos subiésemos en el asiento trasero de un vehículo cuya conducción quedaba reservada en exclusiva al Partido Socialista.

En eso consistía el proyecto de Zapatero: en crear las condiciones que le garantizasen una larga y placentera estancia en el poder. Es decir, un PP sin principios o una crisis en el PP.

A juzgar por el enorme empeño que puso y por los poderosos medios y complicidades con los que contó, lo lógico es que lo hubiese conseguido. Y, sin embargo, queridos amigos, lo cierto es que Zapatero fracasó.

Me diréis que ahí sigue, en La Moncloa; y es verdad, claro. Pero el Partido Popular que el pasado 10 de marzo se despertó de nuevo en la oposición no sólo había ganado en respeto y dignidad. También era un partido más fuerte, más sólido, más grande, con más militantes, más escaños y más votantes que el de cuatro años atrás. Un partido con una capacidad muy superior de acción política y con una expectativa real y objetiva de llegar al Gobierno en la siguiente convocatoria electoral.

Y esto –lo quiero dejar muy claro- es mérito vuestro y de los cientos de miles de militantes a los que representáis en este Congreso.

A lo largo de estos años, habéis demostrado que ni el desánimo ni la resignación tienen cabida alguna en nuestras siglas. Habéis defendido los intereses generales de los españoles en circunstancias que a otros habrían llevado a tirar la toalla o colocarse estratégicamente de perfil. Lo habéis hecho con templanza, talento y tenacidad.

Y por ello estaremos siempre en deuda con vosotros. Os lo deberá España. Os lo deberá el Partido Popular. Y, de manera muy especial, os lo deberé yo como Secretario General. Gracias. De verdad. Muchas gracias.

Queridos amigos,

Junto con la entrega y la fortaleza de nuestros militantes, otra de las grandes alegrías de estos años ha sido el incremento en el número de afiliaciones.

Los socialistas se pusieron a repartir carnés de demócrata entre los españoles y miles de españoles les respondieron sacándose el carné del PP.

Uno a uno, cientos, miles, decenas de miles de personas han hecho explícito su compromiso con nuestro partido desde el 14 de marzo de 2004. El Partido Popular tenía entonces 660.000 afiliados. Cuatro años después, el 9 de marzo de 2008, éramos 750.000. Hasta noventa mil más.

Es la mayor renovación por adición jamás experimentada por un partido político en nuestro país. Y también una de las más significativas y emocionantes. Cada uno de esos nuevos carnés del PP constituye una prueba irrefutable de que, a pesar de los obstáculos que tuvimos que superar y de las equivocaciones que pudimos cometer, hicimos las cosas bien. Ganamos la confianza de muchos y no perdimos la de ninguno. Eso es sumar. Eso es crecer juntos.

La confianza de los militantes es la savia que mantiene vivo a un partido. Sin ella, no hubiésemos podido hacer frente a los muchos retos de estos años, empezando por los distintos procesos electorales que se han celebrado desde nuestro último Congreso.

No me extenderé en el desarrollo y resultado de cada uno de ellos. Han sido seis. Pero sí quiero destacar el grandísimo mérito y capacidad de resistencia que han demostrado nuestros compañeros en Cataluña y el País Vasco. Las elecciones a sus respectivos Parlamentos autonómicos se celebraron en un clima de enorme dificultad.

En el caso de las elecciones catalanas, el hostigamiento a los partidos no nacionalistas derivó en episodios lamentables como los sufridos por nuestro compañeros catalanes y por nuestro propio presidente nacional, o el que yo mismo viví en Martorell junto a Josep Piqué.

Como en tantas ocasiones a lo largo de su historia, el Partido Popular no sólo demostró una fortaleza admirable ante el acoso (perdimos un solo escaño), sino que dio una lección de civismo que dejó doblemente en evidencia el sectarismo de nuestros adversarios.

Os digo una cosa: después de todo lo que hemos visto y vivido estos años, es evidente que si hay un partido en España que representa el principio democrático básico de respeto a quienes opinan de manera distinta, ése es el Partido Popular.

Por eso, permitidme ahora que me detenga en las elecciones al Parlamento vasco de abril de 2005.

En el último Congreso Nacional –alguno de vosotros lo recordará- os manifesté mi emoción y alegría porque, por primera vez, en las elecciones municipales de 2003, nuestros compañeros en el País Vasco habían podido votar y salir elegidos sin papeletas de los terroristas.

El Gobierno de José María Aznar había conseguido un verdadero hito en la lucha contra el terrorismo al expulsar a ETA de las instituciones. Fue un éxito colectivo: un consuelo para las víctimas del terrorismo. Y una victoria de la democracia española sobre el fanatismo y la sinrazón.

Ninguno de nosotros podía imaginar entonces lo que iba a ocurrir. En un gesto de irresponsabilidad sin precedentes ni justificación, el nuevo presidente del Gobierno socialista iba a arrojar esta gran conquista por la borda, permitiendo la vuelta del brazo político de los terroristas, primero al Parlamento vasco bajo las siglas del Partido Comunista de las Tierras Vascas y luego a los ayuntamientos bajo el disfraz de ANV.

En ambos casos, correspondió a nuestros compañeros del País Vasco liderar la defensa del Estado de Derecho y de la dignidad de nuestra democracia. Lo hicieron de manera ejemplar, con el profundo sentido ético y el coraje insobornable que les han convertido en referentes morales y políticos para millones de españoles.

Como dijo Churchill de los aviadores británicos que defendieron al pueblo de Londres del bombardeo nazi, “nunca tantos le debieron tanto a tan pocos”.

Nunca podremos agradecer lo suficiente a ese puñado de hombres y mujeres que, con María San Gil a la cabeza, llevan años luchando contra viento y marea, contra la cobardía de unos y las amenazas de otros, para que todos y cada uno de los españoles tengamos plena libertad.

La imagen de Regina Otaola izando la bandera de España en lo alto del ayuntamiento de Lizartza quedará en la memoria colectiva como uno de los momentos más nobles, más conmovedores y más dignos de la historia del Partido Popular.

Queridos amigos,

La claridad y valentía con la que el PP defendió los principios constitucionales tuvo, sin duda, mucho que ver en el resultado de las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2007.

Millones de españoles vieron en nosotros una doble garantía:

Primero, una garantía de eficacia en la gestión de asuntos tan importantes para la vida de las personas como la economía, la seguridad o la inmigración, que Zapatero despreció por completo y que nosotros abordamos con audacia y acierto en nuestras importantes y utilísimas Conferencias Políticas.

Y segundo, una garantía de coraje en la defensa de aquellos valores que nos unen como españoles: la vocación de convivencia, el compromiso con la Constitución y el amor a la libertad.

Fueron esa vocación de convivencia, ese compromiso con el consenso y con la Constitución, y esa pasión por la libertad los que nos movieron a recoger millones de firmas contra un Estatuto que separa, divide y discrimina a los españoles. Y también los que nos llevaron a convocar una gran manifestación en Madrid para denunciar las reiteradas cesiones del Gobierno ante el chantaje de los terroristas.

No fueron decisiones fáciles. Lo fácil hubiese sido protestar un poco y no hacer nada. Pero nosotros optamos por asumir nuestra responsabilidad. Un partido que por oportunismo, indecisión o comodidad renuncia a defender sus ideas deja de tener sentido y deja de tener utilidad. Pasa a ser prescindible y muy pronto se vuelve irrelevante.

Nosotros quisimos ser útiles. Y fuimos necesarios. Quisimos ser relevantes. Y fuimos decisivos.

Si no hubiese sido por el Partido Popular, desde las víctimas del terrorismo hasta el espíritu de la Transición, desde los católicos hasta los castellano-hablantes, desde las familias con menos recursos hasta la libertad económica, desde el prestigio exterior de España hasta su cohesión interna, no hubiesen tenido quien les defendiera de un Gobierno sectario e ineficaz.

Fuimos un dique frente a los abusos y nos convertimos en una garantía de estabilidad. Y así lo han reconocido millones de españoles con su apoyo en las urnas.

En el fragor del día a día, se nos olvida que ganamos las elecciones municipales y autonómicas. Fue una victoria clara. Emocionante y esperanzadora. Obtuvimos el mejor resultado de nuestra historia, tanto en número de votos como en porcentaje.

Dimos un gran vuelco, sacándole 156.000 votos al PSOE. Ganamos 2.880 alcaldías por mayoría absoluta, 550 más que los socialistas. Nos impusimos en 34 capitales de provincia. Logramos brillantes mayorías absolutas en siete territorios: Madrid, La Rioja, Castilla y León, Murcia, Ceuta, Melilla y, aquí, en esta magnífica y bien gobernada Comunidad Valenciana. Y en Baleares, Asturias, Cantabria y Navarra, con nuestros socios de UPN, fuimos el partido más votado.

En Baleares, lo recordaréis, tuvimos que hacer frente a una situación muy compleja como consecuencia de la perversa dinámica del “todos contra el PP” impuesta por Zapatero.

Sacamos los mejores resultados de toda nuestra historia en las islas: obtuvimos 29 escaños, 13 más que los socialistas, y nos quedamos a un escaño de repetir la mayoría absoluta.

Pero, de espaldas a la opinión pública, sin la mínima transparencia y todavía no sabemos a cambio de qué, los socialistas se pusieron de acuerdo con un repertorio variopinto de partidos (incluida Esquerra Republicana de Cataluña) con el único objetivo de arrebatarnos el Gobierno.

Se repetía así la maniobra desarrollada en Galicia, donde el PSOE y los nacionalistas del Bloque aprovecharon que nos quedamos a un escaño de nuestra quinta mayoría absoluta consecutiva para alzarse con el poder.

En Baleares y en Galicia, al igual que en otras ocho comunidades autónomas, el Partido Popular ha renovado sus direcciones desde 2004. La mayoría de estos procesos se desarrollaron en los correspondientes Congresos regionales, y otros fueron fruto de acontecimientos y decisiones posteriores.

Con estos nuevos equipos, con el mejor programa electoral jamás presentado en España, y con el partido movilizado como muy pocas veces en su historia (contamos con el apoyo de más de 120.000 interventores y apoderados), llegamos a las elecciones generales del pasado 9 de marzo.

Ese mismo día, se celebraron elecciones al Parlamento de Andalucía, en las que dimos un paso importante hacia el cambio que vienen reclamando cada vez más andaluces.

No me extenderé en detallar los resultados de las elecciones generales. Están frescos en vuestra memoria. Pero sí quiero resaltar algunos datos que me parecen importantes.

El pasado 9 de marzo, el Partido Popular sacó el segundo mejor resultado de toda su historia en número de votos, sólo por debajo de la mayoría absoluta del año 2000. Nos votaron 10.300.000 españoles, 500.000 más que cuatro años atrás.

Este impresionante caudal de confianza no fue suficiente para recuperar el Gobierno: nosotros ampliamos nuestro espacio electoral por el centro, pero el PSOE logró crecer a costa de sus socios más radicales y de una Izquierda Unida en acelerado proceso de descomposición.

Sin embargo, el resultado electoral sí nos permite sacar algunas conclusiones.

Si nos votaron casi 10 millones y medio de españoles no es porque les cayésemos mejor que Zapatero. Es porque se sintieron representados y defendidos por nosotros. Porque no nos avergonzamos de nuestras ideas, que son sus ideas. Porque denunciamos lo que había que denunciar, apoyamos lo que había que apoyar, y propusimos lo que había que proponer. Por eso confiaron en nosotros. Y por eso nos han convertido, con nuestros 154 diputados y 124 senadores, en la oposición con más respaldo popular y más potencia política de la democracia. Y no les podemos defraudar.

La crisis económica, las huelgas, los desabastecimientos, el conflicto del agua, el cambio radical en la política de inmigración, el colapso y los escándalos de la justicia, los atentados de ETA, el nuevo órdago de Ibarretxe… Todo lo ocurrido en España desde el 9 de marzo demuestra que teníamos razón. Razón en el diagnóstico de la situación. Razón en el pronóstico de lo que iba a ocurrir si Zapatero seguía en el Gobierno. Y razón en las soluciones y propuestas que planteamos para una España mejor.

Esa evidencia es la que ahora nos tiene que impulsar para proseguir nuestra tarea, al servicio del interés general de los españoles.

Sabemos que la sociedad es cambiante. Que las organizaciones políticas tenemos la obligación de ofrecer nuevas respuestas a los nuevos desafíos. Y que el Partido Popular se tiene que adaptar, modernizar y renovar.

Tenemos que hacer un esfuerzo de cercanía a los ciudadanos. Tenemos que mejorar cada día para que cada día más españoles nos entreguen lo más valioso que tienen, que es su confianza.

Para ello, partimos de una base especialmente sólida: de la constatación de que el proyecto político que defendimos la pasada legislatura y con el que nos presentamos a las elecciones generales iba en la dirección correcta. Diez millones y medio de personas confían en que persistamos en este camino con decisión y con las mejoras que entre todos seamos capaces de incorporar.

Ese es ahora nuestro reto: mejorar todo aquello que se puede mejorar y preservar todo aquello que se debe preservar. Que es mucho. Que es importante. Que nos distingue de las demás opciones políticas. Y, sobre todo, que permitió al Partido Popular alcanzar un objetivo que muchos creían imposible: ganar al Partido Socialista por mayoría absoluta.

Queridos amigos, queridos compromisarios:

He consagrado los últimos 20 años de mi vida al Partido Popular. A trabajar por el PP. A defender al PP. A luchar por el PP. Con seguridad, he cometido muchos errores a lo largo del camino. Sin embargo, creo poder decir que siempre he dado la cara por el partido; por lo que me correspondía y, si era necesario, también por lo que no me correspondía.

Por eso ahora, que he tomado la decisión de dar un paso atrás, me siento con derecho a pediros dos cosas:

La primera es que aprobéis la gestión del Comité Ejecutivo Nacional y la Junta Directiva Nacional desde el último Congreso. Creo que es el justo reconocimiento al formidable trabajo desempeñado por nuestro presidente nacional, por todos los secretarios ejecutivos y de área, y por los grupos parlamentarios del Congreso, del Senado y del Parlamento Europeo. Gracias, Jaime. Gracias, Pío. Y gracias también a Eduardo.

Fruto de esta labor sacrificada y generosa, el Partido Popular ha logrado consolidarse como firme alternativa de Gobierno en España.

Permitidme, asimismo, que exprese un agradecimiento especial al que durante quince años ha sido nuestro Tesorero Nacional, Álvaro Lapuerta, que en el último Comité Ejecutivo nos comunicó su decisión de abandonar el cargo. Creo, Álvaro, que en el terreno de la gestión económica también hemos hecho un buen trabajo.

Con la compra de Génova 13, hemos pasado de ser los inquilinos de nuestra sede nacional a ser sus propietarios. Por fin tenemos casa propia. Una casa que hemos reformado de arriba abajo: cómoda, amplia y moderna. Y encima dejamos al partido en la mejor situación financiera de su historia: prácticamente sin deudas, con unos ingresos que superan a los gastos y con dinero en la caja. Es un magnífico legado.

También quiero aprovechar esta oportunidad para recordar a todos los compañeros que nos han dejado a lo largo de estos años. De manera muy especial, a Loyola de Palacio, Gabriel Cisneros y Rogelio Baón, que nos acompañaron en todos nuestros Congresos y cuya ausencia nos pesa hoy más que nunca.

Loyola, orgullosamente vasca, española y europea, era coherente en todo y valiente, siempre. De Gabi no olvidaremos jamás su inteligencia, su claridad y su esfuerzo, hasta el último aliento, por preservar la Constitución del consenso que contribuyó decisivamente a elaborar. En cuanto a Rogelio, representa como pocas personas el valor del compromiso y la lealtad con el Partido Popular.

Los tres fueron un ejemplo y los tres ocuparán siempre un lugar destacado en la historia de este partido y en la memoria de cada uno de nosotros.

La segunda petición os la hago, no ya como Secretario General, sino como un simple militante, que no pretende otra cosa que lo mejor para su partido.

Hoy hemos abierto las puertas de un Congreso del que sois protagonistas. Aquí se va a decidir en qué manos queda y hacia dónde se encamina el Partido Popular. Cada uno de vosotros tendrá una opinión acerca de lo que más nos conviene. Desde la humildad, insisto, de un militante más, voy a daros la mía:

Yo quiero un Partido Popular unido.

La unidad es la columna vertebral del PP. Si hemos conseguido gobernar en miles de municipios, en buena parte de las comunidades autónomas y en el conjunto de la Nación es porque desterramos de nuestra organización prácticas perniciosas para la cohesión interna como las camarillas, los bandos y las intrigas.

El éxito del PP radica en buena medida en su condición de poderoso paraguas bajo el cual todos nos hemos sentido representados, acogidos y seguros.

A nosotros no nos ha unido nunca ni un barón, ni una corriente, ni una sensibilidad, ni por supuesto la pertenencia a una determinada generación. Lo que nos ha unido son nuestras siglas. Y así debe seguir siendo en el futuro.

Tenemos que preservar el espíritu de equipo que ha hecho fuerte al Partido Popular, y levantar la bandera de un gran proyecto político capaz de incluir a todos, implicar a todos e ilusionar a todos.

Yo quiero un PP basado en el mérito. Es decir, en el que los criterios a la hora de avanzar sean el esfuerzo, el sacrificio y la capacidad personal.

Los equipos en política tienen un valor fundamental. Sobre todo en la Oposición, cuando simultáneamente hay que fiscalizar la acción del Gobierno y presentar una alternativa coherente y atractiva.

Jóvenes y veteranos, pata-negra y recién llegados: al Partido Popular le sobran hombres y mujeres con talento, experiencia y capacidad, dispuestos a renunciar a sus legítimas ambiciones personales para trabajar conjuntamente por el bien común. Reunirlos a todos en un equipo de primera, no es ya recomendable. Es una obligación.

En el PP nunca ha sobrado ni sobra nadie. Faltan nuestros compañeros asesinados por ETA, cuya memoria volvemos a honrar hoy en este Congreso.

Yo quiero un PP valiente. Valiente a la hora de defender tanto sus ideas como a su gente. Sí, a su gente. Un partido que defiende a su gente es un partido más fuerte. Lo creo de verdad.

Como, a diferencia de algunos, también estoy convencido de que menos PP no es igual a más votos.

Cuando los socialistas nos instan a dejar de ser como somos y nos dicen cómo tenemos que ser, no lo hacen para ayudarnos, para echarnos una mano, para que nos vayan mejor las cosas. Tampoco les mueve un especial interés por España. Lo hacen para perjudicarnos. Saben que muy pocas cosas favorecerían más al PSOE que un PP desdibujado.

Tampoco es cierto que el voto del PP sea un voto incondicional o cautivo. Al contrario. Es un voto exigente. Un voto crítico. Un voto en conciencia, que no se puede dar por hecho ni descuidar.

Probablemente haya quienes pueden decir una cosa por la mañana y por la tarde, la contraria. Nosotros, no. Nosotros no podemos defender un día la negociación con ETA y al día siguiente, la política de la derrota. No podemos decretar “papeles para todos” y mañana anunciar mano dura con la inmigración ilegal. No podemos proclamarnos paladines de las libertades y luego dar la espalda a quienes reclaman su derecho a usar el castellano.

A nosotros no nos votan a pesar de nuestras ideas, sino gracias a ellas. Nos votan precisamente porque tenemos principios y porque los defendemos con coraje y claridad.

Yo quiero un PP fuerte en el centro. Pero teniendo bien claro que el centro no lo marca el Partido Socialista y menos, si cabe, los nacionalistas.

En la magnífica Convención que organizamos hace dos años, os dije que el centro no es la equidistancia entre la libertad y la tiranía, ni entre la justicia y la arbitrariedad.

Hoy añado: el centro tampoco es el punto medio entre la España constitucional y una España confederal que acepta la discriminación y consagra la desigualdad.

En España, ser de centro significa: defender la convivencia constitucional; trabajar por la igualdad de todos los españoles ante la ley; garantizar la solidaridad entre los distintos territorios; y, por encima de todo, luchar para que cada día haya más libertad para todos y cada uno de los españoles.

Eso es lo centrista. Y eso es también lo moderno.

No hay nada más de centro que defender los fundamentos constitucionales que nos protegen y equiparan a todos. Y no hay nada más moderno que luchar para preservar y extender las libertades individuales. Ese el rumbo del futuro. El rumbo por el que el Partido Popular debe seguir avanzando, con paso sereno y firme, para ser cada día mejores y cada día más.

Por último, queridos amigos, yo quiero un Partido Popular con un proyecto común para toda España y una dirección nacional fuerte.

No quiero un PP que defienda una cosa en Madrid, otra en Cataluña y una tercera en Galicia, con una dirección nacional reducida al papel de mero árbitro o coordinador. No sería eficaz. Y no sería coherente.

Si para nosotros España no es la suma de 17 territorios, sino de 45 millones de españoles, para nosotros el PP tampoco puede ser la suma de 17 direcciones regionales, cada una con un criterio y un discurso propio, sino que tiene que ser la suma de todos sus afiliados. De todos vosotros.

Vosotros y los 750.000 militantes a los que representáis en este Congreso sois –y debéis seguir siendo-, los únicos dueños del Partido Popular.

Queridos compromisarios, queridos amigos,

Termino ya.

A partir del lunes, otra persona, muy previsiblemente María Dolores de Cospedal, a la que conozco bien y por la que tengo un gran aprecio, se hará cargo de la Secretaría General de nuestro partido. Le deseo toda la suerte y el acierto del mundo. Estoy seguro de que cometerá menos errores que yo, y que será más constante, más justa y más valiente.

A mí solo me queda dar las gracias.

Primero, a Mariano Rajoy, por la confianza que ha depositado en mí estos cuatro años.

En segundo lugar, a todos los cargos, dirigentes y colaboradores del partido, que desde sus distintas responsabilidades, de manera callada y sin pedir nada a cambio, me han ayudado a sacar adelante mis obligaciones.

Estoy muy orgulloso del equipo que me ha acompañado estos años. Orgulloso de todos y cada uno de los secretarios ejecutivos. De Sebastián, de Ana, de Gabriel, de Soraya, de Miguel y de Ignacio. Ya les hubiera gustado a muchos contar con un equipo así, de personas inteligentes, entregadas, leales y honestas, dispuestas a recoger el testigo en el momento más difícil para entregarlo cuatro años después como lo entregamos hoy: en perfecto estado.

Tienen todo mi reconocimiento y toda mi gratitud.

En tercer lugar, quiero dar las gracias a mi mujer, Ana, y a mis dos hijos, por su apoyo sin condiciones y por sobrellevar los avatares de estos años con una paciencia y una generosidad que nunca les podré compensar.

Y por último, a todos vosotros.

Gracias de todo corazón por el respaldo y el afecto que me habéis demostrado siempre y de manera muy especial a lo largo de estos cuatro años.

Juntos, hemos vivido alegrías y sufrido desencantos. Hemos luchado contra los prejuicios, el conformismo y la resignación. Cuando hemos tropezado, nos hemos vuelto a levantar. Y nunca hemos dejado de mirar hacia delante, hacia un futuro mejor para todos los españoles.

Ha sido un honor ser vuestro Secretario General.

Por eso ahora, en el momento de la despedida, quiero deciros que estaré siempre a vuestro lado, en los éxitos y también en las dificultades, dispuesto a servir con ilusión y lealtad al partido que más ha contribuido a hacer de España una de las mejores democracias del mundo.

Gracias a todos. Muchísimas gracias.